LAS CRÓNICAS DE AYMARA La casa de zócalos verdes
- aymaramedium
- 11 ene 2022
- 4 Min. de lectura
Actualizado: 14 ene 2022
En una enorme y antigua casa blanca de puertas, ventanas y zócalos verdes, con tejado de lozas de terracota, Aymara viviría una de las experiencias más terroríficas de su vida.
Era una mañana bastante fría, la casa se notaba lúgubre. Ella, de inmediato tuvo una sensación inquietante no solo por el blanco pálido de la casa, el verde sin vida y las tejas de terracota envejecidas y manchadas de moho, sino por un extraño flujo de energía que era percibido en su exterior; como si la casa misma estuviera en agonía, consumiéndose aceleradamente igual que un enfermo en sus últimos momentos de vida.
Golpea con sus nudillos, la enorme puerta verde de madera de doble apertura. Sus dedos crujen. El crepitar en la madera genera un siniestro eco que estremece el interior de la casa. Escuchan el arrastre lento y pesado de las chanclas en el piso, a la vez que se miran expectantes.
La puerta se abre produciendo un chillido agudo e infernal. -Aymara sintió como si las puertas del mismísimo averno se hubieran abierto-. De entre las sombras y el aire frio del interior, surge la figura casi juvenil de una mujer; quien tenía una apariencia cadavérica por su piel enjuta, las cuencas de su rostro se veían oscuras como cuevas, de las cuales se asomaban tímidamente sus ojos grises casi sin vida; la piel desgastada y envejecida prematuramente, con una palidez tal que daba la sensación de que por sus venas no corría sangre, ya que en sus mejillas no se veía ningún rastro de rubor. Aymara la saluda con un apretón de manos, sacudiendo un poco esa sombría vibra que la envolvía.
La mujer con un gesto de esperanza en su rostro y una visible emoción los invita a seguir, cuando intentan entrar, una fuerza extraña detiene a Aymara quien iba adelante. Sus acompañantes extrañados la cuestionan, ella hace un gesto con su mano para que esperen, respira profundo y da un decidido paso al interior; rompiendo ese sello energético que protegía la entrada.
Al ingresar, se encuentra un jardín descuidado, muchas habitaciones a lado y lado de la casa con puertas y ventanas grandes, de madera vieja y pintura desgastada; las baldosas eran del mismo ladrillo viejo de la estructura; al fondo se encuentra la cocina que alberga un pequeño y misterioso cuarto en su interior, siguen los baños y detrás de estos está un patio grande lleno de maleza, en cuyo final había una abandonada y derruida fuente, junto a un arbusto de romero. La casa estaba decorada con cuadros antiguos muy extraños y escalofriantes, algunos de los cuales parecían tener vida, tanto así que los visitantes tenían el extraño presentimiento de ser observados por las pinturas.
El temor iba en aumento, la casa se veía opaca, había corrientes de aire frio constantes, el ambiente era agobiante y se sentía una presencia negativa. Para Aymara fue claro desde el principio que algo muy poderoso habitaba en esa casa y tenía poseídas a sus propietarias.
La mujer joven los llevó a la cocina donde se encontraba la madre de esta, también con ese luctuoso y aterrador semblante de muerte. Incluso sus ropas que, aunque estaban limpias, carecían de color, se asemejaban más a las prendas que vestían los personajes de las pinturas en ese tono sepia melancólico. Aymara supo entonces que cualquier ente que estuviera en esa casa, les estaba robando la vitalidad a madre e hija, de modo que no tenían mucho tiempo antes de que sus cuerpos sucumban.
La mujer mayor muy amablemente los invitó a desayunar, al escuchar que sus invitados estaban pensando en salir a comer. Mientras preparaban los alimentos, Cristian, el hijo mayor de Aymara, se dispone a recorrer la casa, grabando videos con su celular en el proceso, quería recolectar evidencias de lo paranormal, ya que es bastante escéptico respecto al tema.
El tiempo pasó y aunque durante la preparación de la comida y la conversa parecieron olvidarse del ambiente de la casa, pronto volvieron a la preocupante realidad cuando se percataron que Cristian se había ido hacía ya un largo rato y no había vuelto; de modo que todos los presentes iniciaron su búsqueda. La preocupación de Aymara iba en aumento, ya que ella más que nadie en esa casa, sabía de lo que eran capaces las entidades agresivas y que por las evidentes señales indudablemente estaban bajo la sombra de una entidad muy poderosa y maligna.
El grito de una de las habitantes de la casa perturbó todo el lugar, recorriéndolo hasta llegar a los oídos de Aymara, quien corrió de inmediato a la habitación de donde provenía aquel aterrador aullido.
Ingresa al estudio de la casa, donde está ubicada una enorme biblioteca de madera vieja y cuarteada, con libros antiguos y empolvados, que hace mucho tiempo nadie lee. En la pared, cuelga un enorme y sombrío cuadro que cubre todo el muro, en el cual aparece pintada una mujer con vestimentas antiguas, en una habitación con poca luz y con un semblante de seriedad taciturna. Al frente de la oscura pintura, se haya un escritorio de madera con las mismas señas de paso del tiempo que el librero, acompañado por un enorme sillón con el tapiz agrietado y sus finos grabados carcomidos; al lado de este yace tirado Cristian, sosteniendo el celular en su mano derecha con la cámara aún activa.
Lo reaniman y él se incorpora sin problemas, no parece tener señales de algún daño físico. Su madre entre enojada y asustada le pregunta por lo sucedido, a lo que él responde: - simplemente… me dio mucho sueño –. La joven le trae un poco de café. Mientras se recupera de su somnolencia, revisan el celular; al ver las imágenes, el horror se apodera de los presentes. Aymara levanta su mirada hacia el enorme cuadro de la pared, y disimulando un poco su temor, lo compara con las fotos del móvil. Claramente se ve la misma mujer del cuadro, pero esta vez su semblante de seriedad desaparece, dándole paso a una macabra sonrisa.
Escrito por: Javi Moreno
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